jueves, 24 de junio de 2010

SUEÑOS EROTICOS


LAS ENSOÑACIONES ERÓTICAS.
TOMADO DE UNA ENTREVISTA




El primer recuerdo personal que se tiene sobre los llamados

sueños húmedo, está matizado por el sentimiento de culpa. Un sueño erótico, una sensación agradable a la vez que incontrolable, y luego la salida de un manantial, a chorros, de algo que no se sabe a esa edad siquiera que existe. La intensidad del choque emocional lleva a un despertar confuso. Hay una vaga idea de que algo ocurrió en el bajo vientre. Lo primero que se hace es palpar la entrepierna, luego sentir esa humedad pegajosa, oler el extraño fluido, y sin más, saltar despavoridos al baño, el corazón palpitante y la boca seca, se restriega la ropa para tratar de lavar lo manchado: sábana, pijama, calzones, e incluso si es posible, entrar a la regadera. Una noche pasa, pero luego van siendo más noches y si no hay personas que dialoguen con el joven, el ir a dormir se transformará en una pesadilla que se trata de evitar.



).



Los sueños eróticos han levantado una serie de preguntas, sobre

todo en el sentido del poder de control de los individuos sobre sus actos durante el sueño. No son pocos los trastornos por ansiedad que se generan por las poluciones nocturnas; los adolescentes educados de manera tradicional no atinan a saber qué puede pasarles durante sus sueños, que no dejan de eyacular.

En las adolescentes se observan sueños húmedos con aumento de

la secreción vaginal, y las hay quienes presentan orgasmos nocturnos, en donde no hay material onírico erótico que los explique.

¡Las funciones vegetativas del sueño son infinitas!



En épocas de ansiedad y culpas (la Edad Media), este tipo de

sueños se adjudicaba al Diablo Maligno, que con esta maniobra

avanzaba en su labor perenne de seducción y secuestro final del alma

humana; entidad por la que supuestamente existía una obsesión entre el bien y el mal, Dios y el Demonio. En otras culturas, diferentes a la Occidental, como es el caso de los Hadza del norte de Tanzania, cuando los chicos tienen su primera emisión nocturna se les coloca un collar ceremonial, el cual equivale al que se pone a las niñas con su primera menstruación. Por otro lado, en las sociedades en las cuales los sueños eróticos se consideran como dañinos, se han desarrollado una serie de estrategias para minimizarlos:

los doctores romanos prescribían dormir apoyados en uno de los

costados, y colocar comida y golosinas, con lo que se pretendía desviar al ente que producía los sueños eróticos. Lo mismo se empleaba el colocar objetos que aplanaran los testículos o tener relaciones sexuales en la oscuridad, para que no se almacenaran imágenes eróticas que luego aparecieran en el sueño.

Es claro que la reacción ante estos sueños eróticos trasciende su

mera biología, y que los aspectos morales y relacionados a la sexualidad de cada sociedad, son quienes ponen la censura en este tipo de ensoñaciones. En el Medioevo la presencia de este tipo actividad onírica erótica, era interpretada como las tentaciones del maligno, lo cual hacía que los monjes se abocaran a una serie de prácticas y rezos para alejar la presencia nocturna del maligno.

En la concepción psicoanalítica de la primera mitad del siglo XX,

ese tipo de sueños era indicación de que la persona tenía una gran

represión en las áreas sexuales, lo mismo que la presencia de deseos

incestuosos. En este sentido, todo sueño erótico es en principio una

pesadilla de tentación (-- pesadilla erótica --), entre otras razones, por verse acompañado de un grado importante de ansiedad –por saberse transgresores. Esta es una de las principales fallas del psicoanálisis, por lo menos en términos de su relativa universalidad. Los mismos sueños eróticos en otras culturas, no sólo no son temidos, sino que se promueven. Una pesadilla es por definición una ensoñación en la que se genera una respuesta ansiosa; el soñante la recuerda al despertar y hay una coherencia entre lo que se sueña y la evocación de la emoción. Estos son sueños displacenteros que activan sistemas de ansiedad (taquicardia, aumento de la frecuencia respiratoria, palidez de piel, dilatación de pupila). A diferencia de los terrores nocturnos, en donde encontramos las mismas reacciones conductuales, en este caso, la persona no recuerda lo que ha soñado, ni tampoco que tuvo un despertar angustiado y lleno de zozobra.

En la Grecia antigua, lo narrado en los libros de sueños es que la

sexualidad en aquellos era interpretada, generalmente, como un

diagnóstico de cuestiones más importantes que lo meramente soñado

como podrían ser la riqueza y la posición social. Para el segundo siglo de nuestra era, el intérprete de sueños Artemidorus, propone, en su libro: “La interpretación de sueños”) que el sueño cuyo tema es el tener sexo con la propia madre, por ejemplo, no era problemático. Era un sueño bueno para los políticos. Esto debido a que la madre representaba al país natal de alguien, y hacer el amor con ella significaba el poder gobernar un cuerpo obediente y complaciente de la ―Madre Patria‖. El soñador controlaría así los asuntos de la ciudad. Hippias, un traidor griego que sirvió como guía de los persas en la famosa batalla de Maratón, soñó que dormía con su madre e interpretó esto como que significaba que él volvería a Atenas y recuperaría el poder.

Artemidorus dividió los sueños en dos categorías principales:

Enipnia y Oneiroi. En el primer tipo se expresaban deseos comunes y

corrientes en el terreno material y, por lo tanto, se podían declarar. Por ejemplo, los sueños de hombres hambrientos, con relaciones sexuales, con sed. Estos eran sueños de apetencias. Los segundos, por otra parte, eran sueños proféticos producidos por el alma o, posiblemente, enviados por los dioses. Podría haber, entonces, dos tipos de sueño sexual: uno, en el que simplemente se tenía un coito o una actividad sexual; y otro, donde se presentaban estados emocionales, de añoranza por el ser amado o, incluso, donde se adivinaba un posible encuentro. Cuando la actividad onírica no tenía temas sobre el sexo, era completamente posible que ello no implicara que no hubiera una respuesta erótica en el soñador. Esto despertó las sospechas de que muchos sueños que eran manifiestamente sexuales, tenían temas que eran poco eróticos. La siguiente inscripción estaba en un lugar consagrado a Asclepius en Epidaurus, fechada como del siglo IV A.C. En ella se conmemora un sueño que presentó una peregrina femenina de Messene:



― Durmiendo aquí, ella vio en un sueño que se le apareció un Dios que portaba una serpiente, la cual se arrastraba a su lado; después

ella tenía actividad sexual con la víbora. Y de este acto nacieron dos

niños gemelos.

Las características de esta pesadilla tienen poco contenido erótico, pero sí son sexuales. Quizás el sexo no es nada más que la expresión metafórica del contacto con los Dioses. En ausencia del comentario de un soñador, es difícil conocer qué sueños eran eróticos o

sexuales, o ambos al mismo tiempo.



En el sistema de pensamiento de Aristóteles, el soñar fue situado

al nivel de la percepción. La diferencia era que en la percepción normal, las 'apariencias' eran presentadas y evaluadas a fin de decidirse si algo era o no real. El Sol puede aparentar ser del tamaño de una moneda, pero el juicio de realidad nos permite decidir que no es realmente tan pequeño. Durante el sueño, sin embargo, la capacidad para juzgar y decidir si las cosas son o no reales está suspendida; en consecuencia, las imágenes presentadas a la mente del durmiente son automáticamente aceptadas como válidas. Las únicas excepciones a esta regla eran casos raros en los que un conocimiento alcanzado de alguna manera durante el sueño, era juzgado como un caso evidente de alucinación, y podía crearse de esta manera un juicio de realidad. Esto sería el equivalente de lo que hoy en día denominamos “sueños lúcidos”.

Sin embargo, para el resto de las personas, lo soñado no se cuestionaba en cuanto a los criterios de realidad. Estos sueños ya se habían juzgado durante el acto de dormir y se habían aceptado como verdaderos por el individuo que los soñaba. Esto explica la respuesta emocional plena de la gente dentro del soñar, porque las emociones inevitablemente sesgan aún más las posibilidades de juicio cuando se está dormido; emociones y cognición son dos fenómenos en paralelo, lo cual no quiere decir que sean coherentes. Si al soñar hay una situación angustiante o erótica, entonces las reacciones neurovegetativas pueden ser coherentes y pertinentes, pero en la mayoría de los casos no lo son: por ejemplo, hay quien despierta riendo de un sueño, sólo para contar que no entiende cómo pudo reírse de ver las olas del mar.



Aristóteles, el profesor de Platón, entendió que los sueños estaban

estrechamente vinculados con el carácter de cada persona. Él se

concentró en los sueños como una faceta del estudio total de la política, ya que los consideró como las cartas credenciales para gobernarse a uno mismo; primero se relacionaban con el control de la voluntad, para poder después gobernar al resto de las personas. En la opinión de Platón, la Psique consistía de tres partes: la mente racional (sentido común), espíritus altos (timos, por ejemplo: cólera, alegría, coraje) y el alma apetitiva, en donde residían los deseos de alimento, bebida y sexo (epithymia). El dominio de sí mismo implicaba una regulación de estos tres componentes y su integración bajo la orden de la razón. Una técnica que se recomendaba era la de forjar una alianza estratégica entre la razón y los espíritus elevados, de modo que los deseos y apetitos fueran dobles-combinados. La educación del joven a través del baile y la recitación de versos, ejemplificó esta estrategia; ya que las canciones corales permitían un crecimiento de la razón, el intelecto y el conocimiento. Asimismo, el baile estaba relacionado con estar en armonía con el cuerpo y la mente. Todos los seres humanos poseemos la capacidad de controlar los apetitos, pero no todos ejercitan esta cualidad. En cualquier caso, el sueño representa un momento peligroso.

Mientras se duerme se suprime la razón, y el camino está abierto para que la parte salvaje pase a liberarse y expresarse; sobre todo si la persona se hubiera permitido los excesos en las comidas y bebidas

alcohólicas.

Estoy seguro que usted está consciente de cómo en estas

circunstancias oníricas nada es demasiado escandaloso: una persona

actúa como si careciera totalmente del principio moral, y esto no es

obstaculizado por la inteligencia o la razón. En los sueños, el soñante no deja de estar dormido por tener el sexo con su madre o con quien sea, ya que es esa la etapa de nuestra vida, cada 24 horas, en donde el ser humano es bestia o Dios.

Mientras se consideraba que los hombres pueden vencer o al

menos moderar sus respuestas a los deseos mediante un esfuerzo

mental, las mujeres fueron conceptualizadas en esa época para ser

víctimas indefensas de sus apetitos sexuales insaciables, -según los

pensadores de la época- . La verdad es que la historia de dominación,

hostigamiento y agresión contra las mujeres pudo haber contribuido

más a este tipo de ensoñaciones, que un factor de aumento de la libido.

De acuerdo al pensamiento médico antiguo, la fisiología femenina

impedía la razón en equivalencia a como lo hacían los hombres. Se

afirmaba que esto era porque la matriz, el asiento de su apetito sexual, no estaba bajo el control consciente de una mujer; este órgano podía moverse alrededor de su cuerpo, incluso llegando hasta la cabeza, en donde podría ― sofocar al órgano del pensamiento. Esta hipótesis dio origen al concepto de la histeria (listeros = útero).



¿La pesadilla erótica en la antigüedad?



Los antiguos griegos no gastaron por lo visto mucho esfuerzo en el

análisis de sueños espantosos. Nuestra mejor prueba para la concepción antigua de la pesadilla es el término en sí mismo: Efialtes.

Etimológicamente, parece significar ´brincar encima de´. En el primer

siglo, el médico Temison de Laodicaea, fue quien acuñó otro nombre

para la pesadilla: pnigalion (o ´estrangulador´).

¿También tenía esto un componente erótico? Roscher pensó que

sí, debido a la identificación entre el dios Pan y Efialtes, pero no había

ninguna indicación clara de que estas pesadillas de la deidad Pan

poseyeran una dimensión erótica, hasta Artemidorus escribió que:



― Efaltes es identificado con Pan, pero esta figura tiene un sentido

diferente. Si él oprime o sobrecarga a un hombre sin avisarle,

esto significa tribulaciones y angustia. Pero independientemente

de lo que se dice, él tiene un pensamiento uniforme sobre lo

verdadero. Si él da a alguien algo o tiene relaciones sexuales con

alguien, esto pronostica una gran ganancia, sobre todo si él no

ejerce presión sobre aquella persona. Aquí, todos los componentes de la pesadilla erótica están presentes, pero aún estamos de lleno en el periodo imperial romano, y el cristianismo había comenzado ya a extenderse.



No hay ninguna razón para suponer que las pesadillas en la

antigüedad habrían sido sistemáticamente registradas; de hecho, el

temor que se les tenía como puertas de entrada al Demonio, hacía que la gente tratara de ocultarlas (si hubo gente que escribiera sobre sus pesadillas, fue en muy baja escala). No deseo sostener que los griegos antiguos nunca experimentaron pesadillas eróticas. El sueño de Clitemnestra de una serpiente que muerde su pecho, o las imágenes generales de Bacchae de Euripides, sugiere lo contrario. Pero los griegos antiguos no desarrollaron por lo visto un discurso sobre la pesadilla erótica. Ellos no crearon una categoría nosológica para ello, ni tampoco otra clase de clasificación cultural determinada. Los sueños eróticos y las pesadillas, durante la época de oro griega, fueron por lo visto tratados como dos fenómenos distintos.

Esta situación se modificó al cambiar el termino íncubo (palabra de

origen latino que representa un demonio que 'miente/duerme‘ arriba del soñador), lo cual se presenta en el principio de la Era Común. El primer sentido que tenía íncubo era simplemente el de 'pesadilla', y esto puede haber sido una tentativa franca de traducir el efialtes griego. En la interpretación de la idea de 'saltos sobre' en el latín, sin embargo, los traductores lo atraparon en una matriz de palabras que contuvo connotaciones sexuales claras –por ejemplo, concumbere 'para dormir (con)' y concubinus 'concubina'. Las alusiones eróticas del íncubo se ramificarían en concepciones cristianas de sueños eróticos y pesadillas, amueblando un ejemplo bueno del 'contagio semántico‘. La denominación tuvo variaciones siglos más tarde, del término succubus, para denotar a un demonio que está bajo el durmiente se hizo indicativo del concepto de pesadilla erótica. Esta proliferación de clasificaciones lingüísticas contrasta con la falta de términos en el griego del periodo antiguo.



Un bajorrelieve de mármol, fechado sólo muy generalmente entre

el segundo siglo A.C. y el segundo siglo D.C., encapsula las

incertidumbres sobre la transición a la pesadilla erótica durante esta

misma amplia extensión del tiempo. El alivio revela una aceptación

pública de la característica de imágenes eróticas de la antigüedad

griega. Por un lado, sobre un pastor durmiente, con su gaita colocada

por un lado, se sienta a horcajadas una figura con alas –el símbolo del sueño o su contenido en la iconografía griega antigua. Por otra parte, la figura femenina, con sus alas y pies alados, podría ser interpretada como un tipo de demonio –posiblemente una sirena. ¿Sueño agradable o asalto aterrador del demonio de mediodía? No podemos saber conseguridad lo que le significó al pastor.



Sobre los varios nombres de las pesadillas, sueños eróticos y

ansiosos, Jorge Luís Borges, en una de sus conferencias comentó lo

siguiente (Fragmento modificado):



No será inútil recordar los nombres de las pesadillas. El nombre

español no es demasiado venturoso: el diminutivo parece

quitarle fuerza. En otras lenguas los nombres son más fuertes.

En griego, la palabra es efialtes: Efialtes es el demonio que

inspira la pesadilla. En latín, tenemos el incubus. El íncubo es el

demonio que oprime al durmiente y le inspira la pesadilla. En

alemán, tenemos una palabra muy curiosa: Alp, que vendría a

significar el elfo y la opresión del elfo, la misma idea de un

demonio que inspira la pesadilla. Y hay un cuadro, un cuadro

que De Quincey, uno de los grandes soñadores de pesadillas de

la literatura, vio. Un cuadro de Fussele o Füssli (era su

verdadero nombre, pintor suizo del siglo XVIII) que se llama The

Nightmare, La pesadilla. Una muchacha está acostada. Se

despierta y se aterra porque ve que sobre su vientre se ha

acostado un monstruo que es pequeño, negro y maligno. Ese

monstruo es la pesadilla. Cuando Füssli pintó ese cuadro estaba

pensando en la palabra Alp, en la opresión del elfo.

Llegamos ahora a la palabra más sabia y ambigua, el nombre

inglés de la pesadilla: The Nightmare, que significa para nosotros «la

yegua de la noche». Shakespeare la entendió así. Hay un verso suyo

que dice, “I met the nightmare”, «me encontré con la yegua de la

noche». Hay otro poema que ya dice deliberadamente: ―The nightmare

and her nine foals‖, «la pesadilla y sus nueve potrillos», donde la ve

como una yegua también. Pero de acuerdo a los etimólogos, la raíz es distinta. Ésta sería niht mare o niht maere, el demonio de la noche. El doctor Johnson, en

su famoso diccionario, dice que esto corresponde a la mitología nórdica

–a la mitología sajona, diríamos nosotros–, la cual ve a la pesadilla



como producida por un demonio; lo cual haría juego o sería una

traducción, quizá, del efialtes griego o del incubus latino.

Hay otra interpretación que puede servirnos y que haría que esa

palabra inglesa nightmare estuviese relacionada con Märchen, en

alemán. Märchen quiere decir fábula, cuento de hadas, ficción. Luego,

nightmare sería la ficción de la noche. Ahora bien, el hecho de concebir

nightmare como «la yegua de la noche» (hay algo de terrible en lo de

«yegua de la noche»), fue como un don para Víctor Hugo.

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